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Volveremos a bailar

Desde hace meses que se sabe que vuelve, que no se puede postergar más. Que ya no caben justificaciones, que el carnaval está aquí para hacernos vibrar. Oruro despierta arrebatada, se respira un aire conocido. Dos años de pandemia enterraron las promesas de los danzantes. Y hoy por fin se desentierran.

Un cielo escondido detrás de las nubes toca las puertas de la Iglesia del Socavón que se abren de par en par esperando la llegada de los bailarines. El reencuentro de tantos rostros conocidos se concreta en abrazos, en miradas que brillan, en un “qué lindo estar aquí de nuevo”. Inicia la peregrinación del sábado. Una mixtura de danzas forma un río colorido por la avenida cívica. Los músicos se entregan al soplido de sus trompetas y trombones, y sostienen con la fuerza de sus bombos los cuerpos que bailan por delante. No hay edad para participar, tampoco un motivo claro, eso es un tema de cada cual. El motivo es la fe, o la fe es el motivo. Y con esa fe que desafía una pandemia van ingresando la Iglesia del Socavón. Se encaminan al encuentro de la Virgen que espera en el centro del altar. y Arrodillados frente a ella, los corazones pronuncian oraciones de gratitud, relatan sus preocupaciones y ruegan por divinas soluciones.

El domingo nace con un tono diferente al del día anterior. El exceso no sobra, sino que acompaña. La fiesta pagana toma su lugar: hoy se baila por el placer de bailar. Las bandas truenan más de la cuenta como si los oídos empezaran a fallar. El día transcurre teñido de espuma blanca que brota de las entrañas del mismísimo Rey Momo. Los colores se entremezclan con mayor libertad y el trago discurre de boca en boca en vasitos de plásticos. Poco a poco la noche toma la fiesta y el cansancio las mesas para tomar un api con pastel. Que esto dure lo que tenga que durar.

El carnaval se apaga el lunes de morenos y diabladas. Los arcos de plata se alzan a las afuera de la iglesia para recordar toda esa enorme riqueza que tan lejos está. Don Flavio sale a la calle vestido de moreno. Su hermano consiguió milagrosamente superar el Covid. Y él, en agradecimiento a la Virgen, cumple religiosamente con su sagrada promesa. Porque la fe, en cualquiera de sus formas, es sentimiento que a su vez se convierte en movimiento. Y esa fe es la que se ha mantenido viva en el traje de cada danzante en este tiempo de encierro. Esa fe es la certeza de que siempre, siempre, volveremos a bailar

Texto: Pablo Berdecio Trigoberde

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